29 de septiembre de 2015

Luces volantes vagan por el mundo: la llama piramidal de Casanova


Giacomo Casanova, imagen tomada del blog personal de Jordi Corominas


Simbólicamente, la luz es lo positivo. Se asocia al espíritu, al conocimiento, al progreso, a la esperanza, a la vida. El fenómeno de las luces volantes participa de este concepto. En nuestra cultura, por ejemplo, suelen aparecer como correos del milagro, guías típicas en las leyendas de apariciones marianas, hermanas menores de la estrella de Belén. Lo que no significa que estas llamas, chispas o puntos luminosos sean patrimonio de un lugar, una religión, un tiempo. Hablamos de un misterio universal.
No obstante lo dicho, hay excepciones a la norma general. Recordemos que Lucifer es el portador de la luz. Y en un plano puramente físico, las luces volantes -que no platillos volantes; se trata de la especie más marginal de objetos volantes no identificados, sin aparente conexión alienígena-, como las personas, tienen criterio; sus acciones pueden ser buenas o malas, y no pocas veces actúan como emisarias de la desgracia. Al respecto,  Cuarto Milenio ha recogido varios casos en España. En Las Hurdes, donde este tipo de luminarias misteriosas son llamadas banastros voladores, una luz persecutora, del tamaño de una pelota y forma de pera, atacó a  Nicolás Sánchez Martín, quien, junto a otras dos vecinas de Cambroncino, volvía de la feria ganadera de Ahigal a lomos de su mula. Pasó a las orillas del río de los Ángeles, una noche de octubre de 1917. Nicolás murió a los pocos días, víctima de unas raras quemaduras. Luces fatales también corrieron, espectaculares y trágicas,  por tierras almerienses, en Laroya y Alcolea. Casos documentadísimos, con varios testigos e investigaciones oficiales, donde las luces muestran una intencionalidad siniestra: un auténtico desafío a los escépticos.
Cuento todo esto a raíz de una lectura que quiero compartir. Cuando sea mayor y pueda reunir los más de 100 euros que cuestan, compraré las Memorias de Giacomo Casanova publicadas en 2009 por Atalanta. Que no sea mal interpretado. No reprocho el precio; solo constato una limitación económica personal. Nada puedo reprochar. Se trata de una edición cuidada, en dos volúmenes, con un total de 3.648 páginas -ya ven: a veinte páginas por día, más de medio año de lectura-; pero, sobre todo, se trata de las Memorias completas y libres de censura (excepto la Biblia, posiblemente no exista libro que haya sufrido más adulteraciones). Porque, de momento, como la mayoría de los lectores, me he tenido que conformar con pobres extractos de la autobiografía de este personaje inmenso y múltiple. En todo caso, y volviendo al tema que nos ocupa, utilizo una edición de Planeta (Mi vida y amores, 1984), para transcribir el testimonio de Casanova acerca del encuentro con una de estas luces volantes. Acompañó la llama al viajero, sin ningún otro objetivo; como nosotros, las luces volantes tienen sus caprichos y sus juegos. Y cualquiera que lea estos párrafos  -donde el autor trivializa el suceso, descartando la trascendencia y el presagio; donde por añadidura se reprocha la superstición- entenderá que el gran libertino no tiene motivos para mentir.

No debo callar aquí una particular circunstancia que gustará a más de un lector, por ridícula que sea en el fondo.
Una hora después de Castel-Nouvo, con aire tranquilo y cielo sereno, descubrí a mi derecha, y como a cosa de unos diez pasos, una llama piramidal de un codo de altura y elevada cuatro o cinco pies sobre el nivel del terreno. Semejante aparición me llenó de asombro, porque parecía acompañarme. Deseoso de estudiarla intenté acercarme a ella; pero cuanto más quería aproximarme, más se alejaba de mí; deteníase cuando yo me paraba, y cuando la parte del camino por donde yo a la sazón atravesaba se encontraba bordeado de árboles dejaba de verla; pero volvía a encontrármela apenas veíase libre de nuevo el borde del camino. Intenté asimismo volver sobre mis pasos, pero cada vez que esto hacía desaparecía de mi vista y no se mostraba de nuevo hasta que reanudaba mi camino hacia Roma. Este faro singular no me abandonó hasta que la luz del alba hubo ahuyentado las tinieblas.
¡Qué maravilloso campo para la ignorante superstición si habiendo tenido testigos de hecho semejante se me hubiera cumplido hacer una brillante carrera en Roma! La Historia está llena de bagatelas de esta importancia, y el mundo lleno de gentes que hacen todavía gran caso de ellas, pese a las pretendidas luces que las ciencias procuran al espíritu humano. Debo confesar, sin embargo, que, no obstante mis conocimientos de Física, la contemplación de aquel pequeño meteoro no ha dejado de darme ideas singularísimas a ese respecto. He tenido, eso sí, la prudencia de no decir nada a nadie.

Luces volantes vagan por el mundo.
Gabriel Cusac


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