14 de septiembre de 2013

El hombre de la gorra de visera

Foto de J. de la Cruz



Aunque inspirado en algunas referencias verídicas, este relato es ficticio.

Acaso en vano, quijotescamente, me empeñé hace unos meses en la defensa de una olvidada ermita cacereña donde perviven los más insólitos esgrafiados de la iconografía nacional. En la cúpula de su capilla, entre grietas obscenas y contaminada por la purulencia verdosa de la humedad, desfila circularmente una serie de extrañísimos bustos alados. Tan excepcional escuadrilla está gobernada por el anatema. Los rostros, de dientes filosos y ojos desorbitados, se descomponen en una mueca terrorífica, metáfora visual del horror que les espera: la condenación eterna. Son una veintena de réprobos, todos coronados por un gorro con borla que quizás sea una alusión, aunque distorsionada, de la coroza inquisitorial. O quizás no; porque nada se sabe sobre la identidad de estos personajes. El gorro, por ejemplo, con su borla colgante, parece más propio de los tontos de capirote de la antigua comedia española. En todo caso, apoyando la especulación de que representan almas condenadas, un friso inmediato, caligrafiado en latín y remitiéndonos al libro de Isaías, parece reprocharles, a modo de fatal recordatorio, su torpe desprecio al sacrificio de Cristo. Los réprobos, enigmáticos, grotescos, sin duda creación de un artista mediocre (empero valiosísimos por su exclusividad), pueden caer abatidos después de un vuelo de casi cuatrocientos años. El templo que los acoge, ruinoso, abandonado, sometido a la incuria de las autoridades patrimoniales, constituye otro ejemplo más de la España cazurra y desidiosa,  siempre ingrata con su legado cultural.
El último episodio de mi particular cruzada, o de ese clamor en el desierto, fue la entrevista para una televisión extremeña. Cuando los reporteros y yo penetramos en las ruinas de la ermita, un hombre estaba en la capilla. Su postura era, como poco, inhabitual; permanecía acuclillado, con la espalda apoyada en el muro meridional de la capilla, y los brazos colgando con laxitud. Cabizbajo, y con una gorra de visera, no descubrimos su cara hasta que, con una morosidad extrema (quizá deliberadamente extrema) se levantó y saludó con un protocolario buenos días. No era un cretino, como en un prinicipio me hicieron suponer su pose extravagante y la exagerada lentitud de su reacción. Al contrario, me sorprendió la inteligencia de su mirada, glaciarmente azul, y la rara sonrisa que esbozaba, casi una contraseña cómplice que no casaba demasiado bien con lo impersonal de su saludo. También, aunque sus facciones eran comunes, me desconcertó la ambigüedad de su rostro, lampiño y poco surcado de arrugas, pero que en absoluto se correspondía al de un joven; admitiendo lo ridículo de mis cálculos, sólo puedo decir que sitúo su edad entre los treinta y los cincuenta años.
No se marchó, como pensé que haría. La entrevista se desarrolló en distintas partes de la ermita, y durante toda la grabación, ora detrás de un arco diafragma, ora oculto en la sacristía, el hombre de la gorra de visera se las ingenió para no aparecer en ningún plano. Como jugando al escondite. O como resistiéndose, dentro de una cuestionable discreción, a abandonar su territorio.
A partir de aquí, me limito a la exposición de unos hechos.
Han pasado algunos días desde la entrevista. Hoy estoy aterrado. Hoy, en un noticiario, he contemplado las imágenes postreras de un accidente de tráfico ocurrido en el casco urbano de Mérida. En dicho accidente se ha visto implicada (aunque, por fortuna, su estado no reviste gravedad) la máxima autoridad en asuntos patrimoniales del gobierno extremeño. Es decir, la persona a quien van dirigidas mis súplicas. En las imágenes, entre los mirones agolpados tras el cordón policial de seguridad, he distinguido al hombre de la gorra de visera.

Gabriel Cusac

5 comentarios:

Ccasconm dijo...

Verdaderamente inquietante. ¿Quién sería el hombre de la gorra de visera? ¿Un réprobo hecho carne? ¿La sombra del hombre de la sonrisa gatuna oculto tras un trasunto de gorra circular a la moderna? Las sombras de Talaván se hacen alargadas a medida que nos instroducimos en su historia. LOs espíritus del pasado nos cercan en sueños reclamando justicia. ¿Seremos capaces de darles voz ante las administraciones? ¿Se cobrarán a sus víctimas por su cuenta ante la laxitud de los políticos?
Un saludo
P.D. Una última pregunta: ¿me dejarías robarte este relato para ponerlo en mi blog acompañado de una nueva llamada a Change? Así seguirmos poniendo sobre aviso a la gente de que continuamos con el tema.

Gabriel Cusac dijo...

Róbalo, Carmen. Yo, encantado.
Un saludo.

Anónimo dijo...

La carne es débil verdad? Ja ja. Róbame, róbame muuucho,como si fuera....etc. Ja ja ja. Ya tengo ganas de conocer la susodicha ermita. Esos personajes con esos gorros que me recuerdan a los gorros frigios. No tendrán algo que ver con o contra la masonería?
Ya sabes, la conjura judeomasonacomunista. Ja ja.
En fin, ha vuelto el Generalísimo de los comentarios. Ha vuelto Títiro

Gabriel Cusac dijo...

Ya se te echaba en falta, Títiro. Sea cual sea la identidad de los "réprobos", corren un serio peligro. Has firmado en Change? Firma y anima a firmar. Nos faltan cuarenta firmas para entregárselas a Monago. Urge.

Anónimo dijo...

Firmado.